El significado de la organización de los trabajadores. El caso de la AMAP

Por el Dr. Álvaro Ruíz, subsecretario de Relaciones Laborales del Ministerio de Trabajo de la Nación entre 2007 y 2015. El autor es especialista en derecho laboral y docente de la AMAP

Todos conocemos, aunque no siempre medimos en su real dimensión, que el propósito del Derecho Laboral es tender a lograr equilibrios –a través de artificios normativos- en relaciones desiguales y absolutamente asimétricas como son las que se dan entre empleadores y trabajadores.
La piedra angular en la que se basa el edificio conceptual del Derecho del Trabajo es la protección del trabajador, sujeto de preferente tutela según lo manifestado recurrentemente en sus fallos por nuestra Corte Suprema de Justicia Nacional, y que enuncia expresamente la Constitución Nacional al consagrar que el trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes (artículo 14 Bis CN).
Sin embargo esa misión y mandato de origen constitucional, hoy enriquecido por la incorporación de Tratados y Convenios Internacionales que conforman el denominado bloque federal de constitucionalidad, y el ya indiscutido principio de progresividad, no han sido el fruto de meras iniciativas de los Estados o sus Gobiernos, sino conquistas de las organizaciones de trabajadores a través de constantes luchas en las que han debido sortear innumerables obstáculos para acceder a niveles aceptables de derechos, consolidarlos y defenderlos para que formal o informalmente no les sean retaceados o incluso arrebatados en la tensión propia entre el Capital y el Trabajo en las pujas inherentes al Sistema de Relaciones de Trabajo.
Es así que desde hace más de un siglo el Sindicato se ha constituído en una herramienta fundamental para los trabajadores, cuya organización es indispensable para afrontar las disputas que se verifican tanto en las concertaciones colectivas como en los conflictos que las preceden o a los que es necesario recurrir para afianzar una posición negociadora que les brinde una posibilidad cierta de mejorar las condiciones de trabajo y de vida.

Las dificultades más comunes que deben afrontar
Acceder a una organización gremial supone asumir y resolver un sinnúmero de dificultades para ejercer la libertad sindical, que tanto pueden presentársele desde afuera del gremio como desde adentro del colectivo representado.
En lo externo, una situación siempre presente es la que deviene de la resistencia empresaria a la conformación de sindicatos o a su actuación que conciben como una intromisión en las decisiones que los empleadores se plantean de su exclusivo –y excluyente- resorte, siendo la empresa uno de los ámbitos en los que menos ha permeado la Democracia, en función de una concepción anacrónica del derecho de propiedad. Pero también importa la posición asumida por el Estado, en lo que concierne al grado y sentido de su intervención –por acción u omisión- en el ámbito de las relaciones colectivas, la forma en la que se proponga regularlas y la identificación que exhiba con las partes del conflicto social y laboral, descartando la neutralidad como una postura posible.
En lo interno, se observan diferentes circunstancias que inciden en la amplitud mayor o menor que encuentre el sindicato para actuar y desenvolverse en lo que concierne a la actividad que le es propia. El nivel de reconocimiento que alcance, tanto por la etapa que atraviese en su formación y relación con las autoridades estatales como de la contraparte empresaria, y el grado de implante en la base obrera o en los centros de trabajo. Cuestión esta última que cobra particular relevancia en los colectivos de profesionales, a lo que haré una referencia específica más adelante.

La libertad sindical
El concepto de libertad sindical obliga a desentrañar sus distintas proyecciones: en los planos individual (relativa a los trabajadores y los derechos que comprende) y colectivo (en cuanto a su organización en sindicatos, el darse sus propios estatutos y administración, elegir a sus conducciones, decidir sus líneas de acción); y tanto en uno como en otro plano, en cuanto a sus aspectos positivos (derechos de fundar sindicatos, afiliarse, postularse a cargos de representación gremial, participar de la vida interna de la asociación sindical, adherir a organizaciones de grado superior nacionales o internacionales, negociar colectivamente, ejercer medidas de acción directa) y negativos (desafiliarse o no afiliarse, no habilitar la intervención ni injerencia de las autoridades administrativas estatales, excluir todo involucramiento de los empleadores y sus organizaciones patronales en la vida de las asociaciones sindicales).
En ese mismo orden de ideas importa distinguir dos esferas en las que opera la libertad sindical: una, en lo que hace a la acción sindical propiamente dicha, atinente a la contienda obrero-patronal en la puja de intereses naturalmente contrapuestos que se plasman por fuera del sindicato (esfera externa); otra, que contempla todo lo relacionado con la participación en el desenvolvimiento de la asociación sindical, el vínculo desarrollado con los afiliados y sus requerimientos, prestaciones o beneficios que reciban o reclamen, y por supuesto, todo lo relativo a las disputas intraasociacionales, que forman parte de las tensiones propias de la vida de toda organización y que en buena medida comprende la llamada democracia sindical (esfera interna)
Lo que no puede dejar de visualizarse al tratar sobre la libertad sindical, es que un sindicato -como tal y para el despliegue de su misión esencial- debe gozar de autonomía colectiva y reforzar sus dispositivos de autotutela; para lo cual, es fundamental potenciar sus capacidades de representación, de negociación y de conflicto, las que guardan entre sí una relación dialéctica.
Entonces, la preeminencia de la esfera externa del sindicato resulta de la misma definición del sentido, objeto y motivación de la acción gremial. Es allí donde se dirimen las tensiones y conflictos esenciales del campo del trabajo en el plano colectivo, y en la cual se observa la existencia de una determinada unidad de base, asentada en la identificación de los trabajadores en la confrontación con su antagonista laboral.
Por ello, ante una eventual tensión entre cuestiones atinentes a las esferas interna y externa de los valores de la libertad sindical, en mi opinión debería resolverse a favor de la segunda, por ser en ese ámbito donde se identifican más cabal y plenamente los intereses sustanciales del colectivo laboral. Tensión que no necesariamente debe verificarse y si así ocurriese no importa menoscabo alguno a la democracia gremial, sino que cede en algún grado a la exigencia de unidad de acción y de conducción que no debe confundirse con elaboraciones teóricas –y con frecuencia fruto de una abstracción especulativa- propias de un liberalismo social que confunde los criterios de libertad política y gremial.
En este sentido, debe reiterarse que los posicionamientos teóricos no pueden plantearse en abstracto, sino en función del modelo sindical y de las cuestiones puntuales respecto de la participación democrática, pero sin menoscabo del fortalecimiento necesario que exige la organización gremial para cumplir sus fines esenciales.

Desafíos y compromisos para la constitución de un sindicato
La transformación superadora de un gremio (en tanto colectivo de trabajadores pertenecientes a una misma actividad, oficio, categoría, profesión o empresa) en un Sindicato, plantea no pocas dificultades para quienes se proponen una tarea semejante.
Puesto que a las cuestiones formales y trámites burocráticos que deben afrontar, en general sin contar con una estructura que les de sustento ni con demasiados recursos –personales y materiales-, se suman las exigencias básicas de militar por esa causa, convencer a quienes se pretende representar de unirse a esa tarea o cuanto menos afiliarse a la asociación en formación, venciendo en muchos casos los temores de represalias patronales y, luego, lograr un acompañamiento suficiente para acometer sobre los objetivos que conforman su programa de acción gremial.
La breve síntesis precedente en cuanto a desafíos y compromisos, bien puede verificarse en cualquier ámbito personal y territorial de representación sindical, pero cobra una peculiaridad que acentúa esos –y otros- aspectos que deben afrontarse, cuando la sindicalización perseguida es de un sector de profesionales, como es el de los médicos.
Una primera cuestión es lograr que los profesionales se entiendan y sientan trabajadores, pero –si bien ligada a ello- todavía es más dificultoso que acepten una agremiación de tipo sindical, sin que ello les parezca un menoscabo a su condición de profesionales.
Es común advertir que los médicos –aunque ello se registra en otras tantas profesiones- se sienten más cómodos como miembros de un espacio académico, de una asociación científica o de una fundación dedicada a una determinada especialidad, que como afiliados a una asociación sindical. Soslayando, las más de las veces, que sólo la agremiación de índole sindical les permitirá conquistar derechos, consolidarlos y garantizar que los mismos sean respetados; así como, protegerse colectivamente frente a arbitrariedades de sus empleadores, mejorar sus condiciones de trabajo e incluso obtener el reconocimiento de una relación de empleo que en ese sector es habitual que se les niegue o retacee.

El caso de la AMAP
Las caracterizaciones hasta aquí planteadas se advierten en el origen, desenvolvimiento y trayectoria de esta asociación sindical, con la que he tenido una extensa y nutrida vinculación desde la función pública (como subsecretario de Relaciones Laborales del Ministerio de Trabajo de la Nación, entre 2007 y 2015) y también como docente en diversos cursos de capacitación para sus afiliados a los que fui invitado a participar.
Pero me habré de detener en un análisis particular, en lo que ha significado amalgamar gremialmente a los trabajadores médicos dentro de un universo laboral refractario a lo sindical y ciertamente hostil desde el sector patronal más proclive a acomodar situaciones personales de sus dependientes que a discutir con un sindicato en general condiciones de trabajo o salariales.
Una rápida retrospectiva del camino recorrido en sólo una década, da cuenta de lo prolífica que ha sido la tarea gremial desplegada, la sólida convicción que ha animado a sus cuadros dirigentes y la infatigable lucha emprendida para convencer o, en muchos casos forzar con medidas de acción sindical, a los representantes de las empresas médicas a discutir, alcanzar consensos y concertar colectivamente acuerdos o convenios.
En similar sentido importa atender a los logros conseguidos para regularizar situaciones laborales, que inveteradamente se mostraban como meras locaciones de servicios en lugar de contratos de trabajo; y otro tanto, en materia de jornada de trabajo, no sólo para lograr retribuciones ajustadas a los tiempos de disponibilidad laborativa exigida a los médicos, sino –y principalmente- a racionalizar la extensión de las jornadas de labor impuestas tradicionalmente por el sector patronal.
La tarea cumplida ha sido mucha, pero mucha es también la que está pendiente, teniendo presente que la dinámica sindical y el propio Sistema de Relaciones del Trabajo importan un sinfín de temáticas realmente inagotable, que conforman etapas o instancias modeladas por el contexto histórico y político.
En cuanto a lo realizado, entiendo justo destacar la constitución de un sindicato para quienes se desempeñan laboralmente como médicos en entidades o empresas privadas, el haber alcanzado una etapa superior –hoy consolidada- que es la de la negociación colectiva, y haber logrado un elevado nivel de concientización laboral y gremial entre los trabajadores cuya representación ejerce. Aspectos, y especialmente el último de los mencionados, que le ha permitido a AMAP construir fortalezas en esa tríada que distingue a una asociación sindical de otras organizaciones de la sociedad civil: capacidad de representación, de negociación y de conflicto.
En cuanto a lo pendiente, estimo que pasa por ampliar la base de representación y el nivel de afiliación actual –por cierto alto, para un colectivo de profesionales-, así como extender las unidades de concertación colectiva; pero fundamentalmente, el poder penetrar los núcleos duros de informalidad laboral que caracteriza a ese sector que no es patrimonio exclusivo de la conducta empresarial, sino también de la falta de concientización, indolencia o temores que denotan muchos de los profesionales representados.

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